«Tierra Prometida», el fracking como disculpa para Matt Damon

Ya no sorprende que sean dos actores quienes lleven el peso de la producción de una película. Primero porque, salvo contadas excepciones, de ellos depende la viabilidad del proyecto; y segundo porque buena parte del presupuesto se lo comen el marketing y las estrellas. Trabajos como Inside Job, entre otros, se han visto favorecidos por la presencia de Matt Damon, un actor que ha sido bendecido también con la capacidad de escribir guiones tan sólidos como El indomable Will Hunting y llegar con él hasta los Oscar.

Tierra Prometida es la tercera incursión de Damon en el mundo del guión (la segunda fue Gerry, junto al hermano de Ben, Casey Affleck y Gus Van Sant). Aunque hay que advertir que el proyecto surge a partir de una idea de John Krasinski, quien además de escribir y producir también lo protagoniza. Entre ambos, Damon y Krasinski, y robando el poco tiempo libre que su trabajo les ha permitido estos últimos dos años, han conseguido sacar adelante un proyecto personal sobre la perdida de valores en la sociedad norteamericana. Porque, no nos engañemos, el tema del fracking (sistema de prospección de gas que consiste en fracturar y bombardear con tierra y productos químicos el terreno para que el gas salga al exterior) es simplemente una disculpa para hablar de esa crisis de valores. De hecho, el primer guión de Krasinski estaba ambientado en el mundo de la energía eólica, pero el mínimo interés y el declive de esta industria, obligaron a los dos actores a enfocar su historia hacia una realidad mucho más reciente.

Durante casi todo el metraje de Tierra Prometida, planea el fantasma de El indomable Will Hunting, no sólo por la presencia de un personaje de similares características interpretado, también, por el mismo actor, si no por la simpleza en la presentación de los argumentos de cada uno de los personajes. En realidad, nos dice el propio protagonista, se trata –como en aquella– de saber cuáles son las cosas que importan en la vida. Es esa búsqueda de valores es la que enfrenta a la comunidad a la que el personaje de Damon y de Frances McDormand –genial en su interpretación– intentan convencer para que vendan sus terrenos a una multinacional a cambio de una ingente cantidad de dinero. A pesar de sus buenas intenciones, Damon y Krasinski juegan a medio ritmo y su apuesta no termina de profundizar, ni por la historia ni por los personajes. No hay buenos ni malos, porque al final todos parecen buenos. Incluso la multinacional para la que trabajan sus protagonistas. Y en ese medio gas, los guionistas tampoco han permitido que algunas tramas secundarias –interesantes, pero apenas esbozadas– terminen fluyendo para enriquecer la principal.

Hay, y esto es lo importante, en cambio un gran trabajo de sus actores, dirigidos acertadamente por un inteligente Gus Van Sant. Hal Holbrook, dando vida a uno de los personajes más interesantes, un profesor del MIT retirado, Rosemarie DeWitt, una profesora enamoradiza, y, ya lo hemos dicho, Frances McDormand, son los tres pilares básicos en los que se asienta la película. Coronados por el gran trabajo de Damon, capaz de dar vida –cada vez con mayor credibilidad– a ese hombre sencillo y normal que todos creemos llevar dentro.

Tierra prometida no es un trabajo redondo, pero deja un buen sabor. Tal vez por los actores, tal vez por los valores que transmite, o simplemente por su carente pretenciosidad.


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