No es la primera vez, ni será la última, que el cine indague en las causas de la violencia y sus consecuencias.
Los productores y James DeMonaco, guionista y director, han escogido esta vez un punto de vista directo y muy poco reflexivo al respecto. The Purge parte de un argumento que, sin ser original, al menos sí es singular: los Estados Unidos Refundados es ahora un país idílico en el que no hay paro –1% de desempleo–, ni guerras, ni conflictos, ni apenas violencia. Con la excepción de un solo día al año, el 21 de marzo. Ese día, durante al menos 12 horas, está permitido incluso el asesinato. Para los padres fundadores –según se cuenta en la película– supone la liberación de los instintos violentos durante un día. Sin embargo, de facto, es una purga económico-social, ya que quien no disponga del dinero suficiente para atrincherarse con caras y sofisticadas medidas de seguridad está expuesto a morir a manos de los instintos de cualquier psicópata o vengador.
The Purge comparte su punto de partida con relatos como Rollerbal –de William Harrison, convertido también en película con su consiguiente remake–, donde la violencia es canalizada a través de una especie de pseudodeporte homónimo. Pero las verdaderas fuentes de La noche de las bestias son, por este orden, Perros de paja y Asalto al distrito 13. Precisamente de esta última es guionista DeMonaco, y es con la que más similitudes comparte. Estamos por tanto ante un producto de terror básico donde la bestia parda está representada por un grupo de aprendices baratos de La Naranja Mecánica, liderados por un aprobado raspado en la escuela del Funny Games de Haneke. Por desgracia, The Purge, no guarda ni una sola semejanza más con estas dos obras maestras.
Sus responsables, ni siquiera se han molestado en mostrarnos cómo es ese presumible mundo feliz en el que se mueven los ricos protagonistas de la historia. Quizá porque su interés reside en la acción pura y simple más que en las disquisiciones morales –tratadas de forma tangencial– que surgen durante la película.
Un final un tanto inesperado y las presencias de Ethan Hawke y Lena Headey amortiguan, en parte, el mal sabor que deja una historia que se merecía más tiempo y dedicación, en lo que a guión se refiere.