El principal problema de Jack Ryan, Operación Sombra es que se trata de una película de espías modernos que tarda casi una hora en arrancar. O lo que es lo mismo, que donde debería haber acción, tensión, disparos, persecuciones, misterios y suspense a raudales, sólo hay un prólogo de casi una hora. Y sí, señores, en el amor los prolegómenos son la perfecta antesala al placer. Pero en el cine de acción, un planteamiento de casi una hora, es un lastre difícil de resolver. Sobre todo para una película a la que sólo le quedan 40 minutos para concluir la historia. Es un grave problema de planteamiento y de estructura. Y eso es lo única –?– pega que tiene la película. Bueno esa y que no hay quien se crea a Chris Pine y sus múltiples elipsis temporales; como no hay quien se crea que una joven con el aspecto y las muecas de la insoportable Keira Knightley puede mantener boquiabierto y absorto a un poderoso mafioso ruso acostumbrado al lujo y al alto standing. Más que aventuras y acción, estamos ante un drama metafísico de ciencia fiicción, a años luz del Jack Ryan que conocimos en Patriot Games o La caza del Octubre Rojo, por poner dos ejemplos de adaptaciones con resultados más que aceptables.
Lo tremendo del caso es que esta semichapuza está dirigida por un tipo tan inteligente, tan brillante –en otras ocasiones– como Kenneth Branagh. Al margen de la dirección, su personaje –Branagh se ha reservado al villano– quizá sea lo único salvable en este nuevo intento por actualizar al espía creado por Tom Clancy cuya nota media es un rotundo suspenso. No hablo de la taquilla. Ahí, paradójicamente, el resultado puede ser el contrario. Ah, sí, y también está Kevin Costner, que a pesar de su pelo, hubiera sido una acertadísima elección para protagonizar las aventuras –seguro que más interesantes que éstas– de un Jack Ryan crepuscular. Es sólo una idea.