En un país acuciado por todo tipo de crisis, económicas, morales, sociales, de valores, un popurrí de crisis, lo sorprendente es que películas como A cambio de nada no se hayan estrenado antes. Quizá tenga algo que ver el riesgo –escaso– de nuestros exhibidores y de nuestros productores –de algunos, no de todos–. Pero ahora que A cambio de nada ha arrasado con casi todos los premios importantes en el Festival de Málaga, ya es casi seguro que se convertirá en El Bola de 2015. O lo que es lo mismo una de esas grandes películas de nuestro cine hechas con ganas, sudor, corazón y sabiduría, y, como no, con muy poco presupuesto. Lo saben muy bien directores como Achero Mañas, Benito Zambrano, Fernando León de Aranoa o Manuel Martín Cuenca. Películas como la ya mencionada, El Bola, Solas, Los lunes al sol o Canibal, han salido adelante gracias a todo eso de lo que hablaba.
En este su segundo largo como director –Takeando fue el primero–, parece que el trabajo de Dani y de todo su equipo ha cosechado buenos frutos. Seguro que sólo es el principio de una larga amistad entre su película, los premios, las críticas –buenas– y los espectadores –agradecidos–, por una historia que algo tiene que ver con esa maravilla de corto –ganador del Goya en 2004– titulado Sueños. Toda la suerte del mundo a Daniel Guzmán, un tipo al que conocí hace 15 años rodando una serie para Antena 3 y con el que me volví a reencontrar en una entrevista que el tuvo a bien concedernos en 2006, mientras se entrenaba con su moto en el circuito del Jarama.