No creo que haya ninguna duda en asumir que Jennifer Lawrence es una de las mejores –sino la mejor– actrices de menos de 30 años con las que cuenta el cine actual. Una ventaja que, a priori y teniendo en cuenta que a Hollywood le encanta colocar a jóvenes para interpretar a maduras, le permite acceder a todo tipo de personajes. 3 nominaciones y un Oscar en sólo 3 años es un currículum que a sus 25 años puede asustar hasta a la mismísima Meryl Streep.
Joy es una película que parece construida ex profeso para lucimiento personal de Lawrence. Es lo que muchos considerarían un bombón de personaje: una mujer joven, luchadora, inteligente, solidaria, con una familia disfuncional –empezando por su padre y terminando por su ex marido–, abocada a una aburrida y cotidiana vida doméstica como madre de dos hijos y que en otras circunstancias podría haberse convertido en una empresaria de éxito. Es el prototipo de mujer capaz de encarnar el sueño americano durante los años 90 –una ¨self-made woman»–. Por que de eso es de lo que parece que quiere hablarnos Joy.
Lo triste es que teniendo todos esos elementos, incluido un selecto elenco de actores –Robert De Niro, Bradley Cooper, Diane Ladd, Virginia Madsen, Edgar Ramírez e Isabella Rosellini, por ejemplo–, un argumento basado parcialmente en la historia de la empresaria Joy Mangano y hasta un director, David O. Russell, con 3 nominaciones al Oscar y que fue capaz de pepetrar un éxito como El lado bueno de las cosas, ni siquiera eso ha servido para que Joy se convierta en la película que su prepotente trailer quiere vendernos.
¿Qué le falta? No un abismo, pero sí mayor profundidad en los personajes y en sus relaciones, menos regodeo estilístico y un guión que además de centrarse en lo que quiere contar –¿comedia, locura, drama, superación?– sepa conjugar todos esos elementos. Al final Joy es una película atractiva que se desinfla por esas carencias y en la que el trabajo de Jennifer Lawrence merece un bien menos*, es decir bueno pero insuficiente para el Oscar. Veremos.
- «Bien menos» era la nota que nos ponía el profesor de Historia de España en el CEU San Pablo (Periodismo) cuando él consideraba que le faltaban décimas para llegar al 6. Una forma de minimizar la nota.