Pocos directores en Hollywood se pueden permitir ejercicios de estilo que conviertan su película en un producto alejado de los cánones comerciales de los blockbuster. Quentin Tarantino es uno de ellos. Sigue siendo el niño mimado de los hermanos Weinstein, los mismos que invirtieron su pasta, junto a Harvey Keitel, para sacar adelante Reservoir Dogs.
Y eso es lo que ha hecho con Los Odiosos Ocho (The Hateful Eight). Ha transformado en guión una obra escrita para una lectura dramatizada en un teatro, como evento benéfico. Es decir ha convertido en película una obra de teatro. Sin tapujos ni engaños. En esta su octava película –como nos recuerda en los créditos con la frase «La 8ª película de Quentin Tarantino»– ha recurrido a los clásicos del misterio –Agatha Christie, sin ir más lejos– para dar su versión de Diez negritos, o de Muerte en el Nilo, por ejemplo. Dejémoslo muy claro: Los Odiosos Ocho No es un western, ni un spaguetti-western, como algunos se han atrevido a aventurar. Aunque tenga elementos de ambos. De hecho, ni siquera Django Unchained era un western. Y si alguno de sus trabajos podría enmarcarse en ese género, ese sin duda sería Malditos Bastardos : el propio Tarantino despejó dudas cuando afirmó que el primer título que barajó fue Once Upon a Time in a Nazi-Occupied France (Érase una vez en la Francia ocupada por los nazis).
Los Odiosos Ocho es, como decía al principio, esa licencia que el propio Tarantino se ha permitido, regresando de nuevo a la que fuese su primera película, Reservoir Dogs. Un espacio cerrado en el que averiguar quién es quién. Con una sutil pero muy importante diferencia. Allí Quentin utilizaba el suspense: es decir nosotros –el espectador– sabíamos quién era el topo. Aquí, en cambio, ha apostado por el misterio: es decir que nos tocará hacer cábalas para averiguar a cuál o a cuáles de los ocho odiosos deberíamos odiar un poquito más.
Una película eminente y excesivamente discursiva que, seguramente, entusiasmará a los fans más acérrimos de Tarantino , que son muchos, y un poco menos al resto. Y en la que a pesar de lo irregular de su ritmo y su excesivo metraje, no podemos menospreciar el buen trabajo de actores como Samuel L. Jackson, Walton Goggins, Bruce Dern, Jennifer Jason Leigh, Tim Roth, Michael Madsen, Demian Bichir o Kurt Russell. Y sí, la banda sonora juega también un papel esencial: desde las canciones que el propio Tarantino ha seleccionado hasta esa inaudita melodía compuesta por el maestro Morricone.