Por desgracia, la crisis inmobiliaria de 2008 nos ha convertido –a muchos– en alumnos aventajados y expertos, capaces de comprender cómo funcionan los paquetes de hipotecas subprime, las acciones preferentes y los planes de pensiones. Con este contexto ya en nuestro acerbo, puede que a buena parte de los espectadores le resulte bastante fácil comprender los mecanismos de los que se habla en The Big Short, una apuesta más por explicarnos el cómo y el porqué de una crisis de la que todavía sufrimos las consecuencias.
The Big Short, La gran apuesta, no es una película perfecta, pero se defiende bastante bien en ese juego entre la descripción económica, la trama bancaria y la comedia absurda. Porque quizá esto último es su gran aportación: la comedia. La que se nos ofrece entre diálogos plagados de términos bursátiles y cuyo clímax son las explicaciones sobre economía financiera que nos dan personajes como Selena, Margot Robbie (protagonista de El Lobo de Wall Street), demostrándonos la sencillez de una trama que, en manos de gobiernos y banqueros, se diluye como una estafa legal y consentida.
The Big Short nos demuestra cómo una economía basada en humo –hipotecas basura, de altísimo riesgo que en cualquier momento pueden estallar– puede sostenerse gracias, o por culpa de, los gobiernos de turno.
Menos compleja que esa obra maestra del documental llamada Inside Job, y sin embargo peor contada que su predecesora Margin Call –por citar los dos mejores ejemplos de cine sobre la crisis–, The Big Short emerge gracias al trabajo de actores como Christian Bale, que es quien sostiene casi toda la película, con el histriónico apoyo de Steve Carell, la breve aportación de Brad Pitt y la inexpresividad manifiesta de Ryan Gosling.