Por el trailer seguro que muchos ya habrán intuido que Cien años de perdón huele mucho mucho a Plan oculto (Inside Man) de Spike Lee. Y sí, va de un atraco a un banco. Y sí, en las cajas de ese banco hay algo más que dinero. Y sí, hay políticos, banqueros, empresarios y policías involucrados en una trama oculta. Y sí, hay un negociador con más poder que todos los policías. Y hasta aquí las semejanzas. Que no son pocas.
Porque los ladrones de Cien años de perdón no son, ni tan hábiles, ni tan listos, ni tan profesionales como el equipo liderado por Clive Owen. Quieren serlo, pero no lo son porque el guión los ha hecho así: torpes y con cierta tendencia a cagarla.
Por desgracia, el guión de Jorge Guerricaechevarría (colaborador habitual de Álex de la Iglesia) y la dirección de Daniel Calparsoro no han apostado ni por lo uno, ni por lo otro. Es decir ni se les ensalza como estrellas de guante blanco (lo que sí hacía Spike Lee) ni terminan de desarrollar sus torpezas en favor de la comedia. Al menos no hasta donde lo piden sus personajes. El resultado es que Cien años de perdón no tiene la solidez de Plan oculto: ni por guión, ni por realización.
Sí hay que agradecerle en cambio a su guionista que haya colado en la historia referencias y apuntes muy próximos a nuestro inmediato presente. Hay un Bárcenas, que aquí se llama Soriano, que antaño fue la mano derecha de la Presidenta del Gobierno. Hay un disco duro en el que el tal Soriano-Bárcenas ha guardado secretos que salpicarían de mierda a todo el partido, incluida a la mismísima Presidenta. Y hay políticos, empresarios y banqueros metidos en el ajo. Algunas referencias-homenajes son tan evidentes que será difícil que pasen desapercibidas: como por ejemplo que la mano derecha de Esperanza Aguirre, tal vez próxima candidata a Secretaria General de su partido, fue durante muchos años Manuel Soriano, ex director de Telemadrid. Pero vamos, que la ficción no tiene nada que ver con la realidad. Fijo que no.
Cien años de perdón entretiene, no trasciende y se adivina que sus intenciones no van más allá que las de contar un atraco que no sale bien, pero tampoco mal.