Para quienes no tenemos la desgracia, o la fortuna, de leernos los bestsellers de Dan Brown, las adaptaciones de sus películas se nos presentan vírgenes, inmaculadas, cual opera prima. Y como tales responden a los requisitos del cine de consumo rápido que terminan arrinconado en las esquinas de nuestra memoria junto a otros
Puede que Inferno sea la mejor de las tres películas que se han llevado al cine sobre el profesor Robert Langdom, iconólogo, descifrador y remedo de Indiana Jones con menos glamour y más sabiduria . Lo cual no es decir mucho, si tenemos en cuenta que los dos anteriores, más la segunda que la primera, resultan productos fallidos, insípidos y altamente previsibles.
Langdom, y por tanto Ron Howard, utilizan aquí el recurso de un Apocalipsis, pero no tanto de un Apocalipsis cristiano, sino de uno real, el que provocará –si nada, ni nadie lo remedia– la superpoblación mundial. Es cuestión de tiempo, de muy poco ya según la novela y el guión, que los seres humanos terminen destruyendo la tierra. Y así se nos plantea la disyuntiva (SPOILER, o no): ¿qué es preferible, la destrucción total de la humanidad o la eliminación de unos cuantos millones de personas que alivien la carga al planeta?
Una hipótesis que ya planteó con muchísima más imaginación y unos resultados brillantes ese creador llamado Terry Gilliam en Doce monos. Y que recientemente se nos ha presentado de forma bastante real y estremecedora en el documental Ten Billion.
Nada que objetar a Tom Hanks –ya es hora de que abandone al personaje de Langdom a su suerte–, a Sidse Babett Knudsen –sin duda lo mejor de la película y a la que reconocemos por su espléndido trabajo en Borgen–, a Omar Sy o a Irrfan Khan. Todo que objetar en cambio a una insipida Felicity Jones. En parte culpa de su absurdo personaje.
El resto: descifrar códigos y entuertos y persecuciones casi ridículas por las calles de Florencia. Gustará a los fans -muy fans- de Brown, y al resto les aburrirá soberanamente.