Acaba de recibir la Palma de Oro Honorífica del Festival de Cannes a sus 83 años. Algo tardía para quien ha marcado con su estilo sofisticado, su mirada angelical y cierta actitud de desapego, una de las etapas más brillantes del cine francés.
Firmemente convencido de que fue su belleza la que le abrió las puertas del cine, porque lo sabía y porque se lo decían hombres y mujeres, sufrió como hijo, el abandono de sus padres, separados al poco tiempo de conocerse. Malvivió de pensión en pensión y de colegio en colegio para coger sus bártulos y marcharse a hacer las Américas a sus catorce años. Hasta los veintiuno, reconoce haber hecho de todo, “malo y bueno, hasta que llegó el cine”.
A pleno sol, dirigida por René Clément en 1960 modeló y determinó su carrera como galán. Tenía 23 años cuando dio vida a un Tom Ripley cínico, bello, malvado y enigmático, tal y como lo describiese la autora de la novela, Patricia Highsmith. De Visconti, otro de sus directores favoritos, recibió el mejor consejo: “una carrera es como un edificio, sin una base sólida, se derrumba”. Y la suya arrancó con el cine francés, pero se cimento en Italia, con el propio Visconti, al que le dio dos de sus mejores trabajos: Rocco y sus hermanos (1960), donde el director italiano llevó su mirada felina hasta sus últimas consecuencias. Y en El Gatopardo (1963), más comedido tal vez por enfrentarse a un todopoderoso Burt Lancaster, pero con quien compartió –con el permiso de Claudia Cardinale– los mejores momentos de esta crepuscular historia.
De vuelta al cine francés, Delon cerró la década con tres trabajos impecables: El círculo rojo (1970), de nuevo con Melville; Borsalino (1970), un producto comercial que le colocó junto al otro icono de cine francés, Jean-Paul Belmondo; y El clan de los sicilianos (1969), reunión de los tres talentos franceses del cine negro, Jean Gabin y Lino Ventura, un taquillazo de los más sonados.
Sus rodajes en España le permitieron dar vida a héroes de capa y espada –siguiendo la estela de su amigo Belmondo en El tulipán negro (1964)– o a pistoleros de spaguetti western en Sol rojo (1971) y El Zorro (1975). Probó también suerte en Hollywood, donde rodó El último homicidio (1965), con Ann-Margret de compañera, y El asesinato de Trotsky (1972) a las órdenes de Joseph Losey, entre otras.
“No me interpreto a mismo”, afirmó, intentando marcar la diferencia entre su personajes y su vida privada, que tantos quebraderos le ha provocado. Delon decidía también a quien y cómo lo interpretaba: “soy responsable de todas mis películas, siempre he sido el que ha decidido, escogido y dirigido todo”. Y en 1995 el Festival de Berlín, adelantándose de forma clamorosa a Cannes, se lo reconoció con un Oso de Oro Honorífico a toda su carrera.
De sus múltiples historias de amor, dentro y fuera de la pantalla, una de las más sonadas, la vivió con Romy Schneider, durante el rodaje de la premonitoria Amoríos (1958). Una aventura interrumpida hasta que en 1969 Jacques Deray los reunió de nuevo para rodar La piscina. También con Nathalie Van Breemen, modelo y actriz holandesa, con la que casó en 1987, y con la que tuvo dos hijos, Anouchka y Alain-Fabien. El hombre que “lo ha visto y lo ha vivido todo”, reconocía el actor en una entrevista, y al que sólo le reconfortan los recuerdos, como los que compartió con su último gran amor, la también actriz Mireille Darc. No llegaron a casarse y se separaron en 1982, pero su muerte, en agosto de 2017, le partió el corazón. Metafórica y literalmente: Delon fue operado unos meses después debido a una insuficiencia cardiaca.
“No existe mayor soledad que la del samurái”, decía el implacable y frío asesino en serie que interpretó para Jean-Pierre Melville en El silencio de un hombre (1967). La frase parece escrita para el propio Delon, porque a pesar de sus incansables devaneos amorosos, su vida siempre ha estado rodeada por el fantasma de la soledad. A la que ha intentado combatir con su pasión por los caballos, el coleccionismo de arte y el boxeo.
Es un superviviente, una de las últimas estrellas del cine europeo y de una época en la que grandes directores como Antonioni, Luchino Visconti, Jean-Pierre Melville o Jean-Luc Godard filmaban en absoluta libertad un cine sin atavismos comerciales.
Se retiró del cine en 2012, pero siempre ha estado ahí: unas veces a su pesar –su polémico acercamiento a la extrema derecha– y otras por amor –su relación con la ex pareja del ex presidente François Hollande–, lo cierto es que su presencia es como un perfume cuya esencia nos evoca el blanco y negro de los 60 y los 70, un Alain Delon que como diría Mireille Darc: “hay seres que no tienen edad, y él es uno de ellos”.