Rafael Gil, un adaptador con la marca CIFESA

downloadRafael Gil está considerado uno de los directores más importantes de nuestro cine –entre los 30, 40 y 50–, junto a Juan de Orduña, o José Luis Sáenz de Heredia. Apasionado del estilo de King Vidor, Fernando Méndez Leite dijo que sin él era imposible contar la historia nuestro cine.

A pesar de ser defensor de los valores nacionales, Rafael Gil se paso buena parte de la Guerra Civil realizando documentales para la República. Finalizada la contienda, y dada su buena mano para la escritura, se dedicó a la crítica cinematográfica en periódicos como ABC.

Pronto regresaría al rodar documentales, esta vez para CIFESA, productora con la que realizaría su primer éxito, allá por 1942, El hombre que se quiso matar, una adaptación de la novela de Wenceslao Fernández Florez (el de El bosque animado, que unos cuantos años después adaptaría José Luis Cuerda).
Precisamente, la adaptación de obras literarias era algo por lo que apostó de forma contundente Rafael Gil. Miguel Mihura, Jacinto Benavente, Enrique Jardiel Poncel o José María Pemán, Benito Pérez Galdós, además del ya mencionado Fernandez Flores, son algunos de los autores que sirvieron de inspiración para algunas de sus películas. Pero su trabajo más emblemático y el que mejores referencias le reportó fue El Clavo, adaptación de la novela de Pedro Antonio de Alarcón.  Con producción de CIFESA, empresa dirigida por la familia Casanova (esa es otra historia) que intentó trasladar el modelo de Hollywood a España, Rafael Gil y su guionista, Eduardo Marquina, hicieron una adaptación libre de la novela. Tan libre que optaron por incluir un final made in Hollywood, bastante alejado del espíritu del autor de la novela y más próximo –tal vez– a las intenciones de sus productores.

El El Clavo, al igual que en la novela, se narran las aventuras del juez Joaquín (Rafael Durán) y la pasión que siente por Blanca (Amparo Rivelles). De pronto y tras pedirle matrimonio, la joven desaparece de forma misteriosa. Años después, el juez, al tiempo que se reencuentra con su gran amor, investiga un singular asesinato en el que la única pista es un cráneo atravesado por un clavo. Todas las pistas conducen hasta Blanca, que en medio de un tormentoso juicio termina declarándose culpable, por amor.
Tanto en esta, como en trabajos posteriores, Rafael Gil contó para sus proyectos con el manchego Enrique Alarcón, uno de los mejores escenógrafos de nuestro cine que derrochó talento para cineastas como Luis Buñuel, Luis G. Berlanga, Edgar Neville, Saura, entre otros.

Por desgracia, el cine de Rafael Gil fue pasando primero por el estilo histórico imperante, con ejemplos tan notables, a nivel artístico como Reina Santa (1947), hasta una comedia costumbrista como Sor intrépida (1952) o La casa de la Troya (1959), hasta otra más absurda e innecesaria, que es a lo quedó reducido su cine durante sus últimos años como director, con películas tan poco afortunadas como Las autonosuyas (1983) o Las alegres chicas de Colsada (1984).

En el caso que nos ocupa, El Clavo, Rafael Gil, consiguió recrear un ambiente crispante a través de claroscuros que –en momentos puntuales– recuerdan al expresionismo de Murnau o de Fritz Lang. Un trabajo muy recomendable, que se puede ver ya en la red.


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