Ferreri conoce a Azcona

Las dos películas españolas dirigidas por el italiano Marco Ferreri tienen que ver con el genio de uno de nuestros mejores guionistas, Rafael Azcona. Y no es un encuentro cualquiera, porque el cruce entre estos dos genios ha sido providencial para nuestro cine, ya que de él han surgido dos películas tan geniales y necesarias como El pisito (1958) o El cochecito (1960).

Azcona había iniciado su carrera como escritor en su Rioja natal, aunque pronto viajó a Madrid, para probar fortuna. Durante sus primeros años se curtió como autor de relatos breves y de pequeñas historias cómicas que él mismo ilustraba para la revista La codorniz.

Un de esos relatos –Los muertos no se tocan– llegaría hasta las manos de, Marco Ferreri, una especie de comercial y productor italiano que se había venido a España para poner en el mercado un producto que finalmente no funcionó (una lente anamórfica llamada Totalscope).

Dicen que Ferreri es el culpable de que Azcona se acercase al cine –hasta aquel encuentro el guionista no había visto más de tres películas–. Pero eso es tan cierto como que fue el propio escritor quien –tras varios intentos de Ferreri para producir sus guiones– le empujase a dirigir sus propios proyectos. Antes de poner en marcha su primera película, estos dos amigos escribieron una tanda de guiones, que por razones varias –falta de financiación y encuentros varios con la censura– no llegaron a producirse. Tras el éxito, relativo, de sus dos películas, Azcona viajó a Italia para trabajar estrechamente en las primeras películas de Ferreri en Italia.

Discusiones a un lado, las colaboraciones entre ambos llegan hasta 1988 en Los negros también comen, una de las últimas películas de Ferreri.

El pisito, historia de amor e inquilinato

Ese es el nombre completo de la novela corta de Azcona que sirvió de base para el guión de su primera película. La película cuenta la historia de Rodolfo y Petrita, una humilde pareja de madrileños que buscan desesperadamente un piso, bueno, bonito y, sobre todo, barato, que les permita formar su hogar. Su esperanza es que Doña Martina, una anciana con mala salud, les ceda el suyo una vez haya muerto. Sin embargo, la legislación no está de su lado, y el contrato de inquilinato no puede ser cedido. Amigos y conocidos le ofrecen, como posible solución, que se case con la anciana, y que después herede el alquiler del piso. Y aunque al principio ni Alfredo ni Doña Martina lo aceptan, finalmente la soledad –en el caso de ella– y la necesidad –en el de él– terminan por convencerles.

Han pasado dos años y la salud de Doña Martina es excelente, en parte gracias a haber encontrado en Alfredo a un hijo a quien cuidar. A Petrita, en cambio, todo esto, la ha envejecido. Finalmente, doña Martina decae y enferma. La enfermedad de la anciana y su muerte sacan a la luz lo mejor y lo peor de las miserias humanas.

Azcona siempre ha dicho que las películas son del director, sin embargo, el universo de “El pisito” es Azcona en estado puro. Primero porque retrata las miserias de los más humildes. Segundo porque para ello elige siempre el esperpento, la deformación de los vicios y las virtudes. Tercero porque lo hace a través de unos diálogos que tienen mucho que ver con la realidad de la clase que retrata. Y por último, por algo prácticamente indefinible, que es la cualidad de aunar en una trama el sainete, el realismo, el costumbrismo, el esperpento, el humor negro –a su pesar–, todo con un profundo y grotesco sentido tragicómico.

“El cochecito”

Se ha dicho muchas veces que la estética de algunas películas calificadas como de neorrealistas –Surcos o Esa pareja feliz– tenía que ver con la falta de pericia de sus directores o con unos presupuestos demasiado ajustados. En el caso de Ferreri estas premisas no se cumplen. Y aunque es cierto que El pisito era su primera película como director, era meritorio su trabajo como productor de L’amore in città(1953), una película de varios episodios, dirigida por Federico Fellini, Michelangelo Antonioni, Dino Risi o Alberto Lattuada, entre otros. En ambas, tampoco faltó dinero, al menos para lo esencial de la historia.

El estilo por tanto de Ferreri, queda confirmado con su segunda película, El cochecito, una nueva y magistral colaboración con Azcona. Esta vez los cineastas componen la historia de Don Anselmo, un anciano con una única motivación en su vida: conseguir un coche de inválido con motor que le permite seguir las andanzas de su amigo Lucas y compañía. Como no tiene el dinero suficiente para comprarlo, Don Anselmo vende todas las joyas familiares. Algo que su hijo Carlos no está dispuesto a consentir y por lo que le obliga a devolverlo. Aturdido y en venganza por la humillación, el anciano planea envenenar a su familia y escapar en su cochecito.

De nuevo, el humor negro –del que tantas veces ha renegado Azcona– se hace presente, más incluso que en su anterior trabajo, sobre todo si tenemos en cuenta que esta vez, el protagonista, con el que tanto nos encariñamos durante toda la película, está dispuesto a matar a su familia porque no le permiten comprarse el cochecito que tanta felicidad le proporciona. Y con él, lo grotesco, lo tragicómico, pues nada hay más trágico que uno tenga que hacerse pasar por inválido para que le permitan ser feliz con sus amigos. Cuenta el guionista que la versión corta del relato se la inspiraron unos minusválidos a la salida de un partido del Madrid en el Santiago Bernabéu que tachaban a los jugadores de “baldaos”.

Tanto El pisito como El cochecito sirven para consolidar el talento de actores como Pepe Isbert o José Luis López Vázquez, asiduos desde ese momento a los guiones de Azcona y a las películas de Berlanga. El primero hasta que se lo permitió la salud, en 1966. El segundo hasta que el propio Berlanga se retiró, colaborando en su penúltima película, Todos a la cárcel (1993).

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