«Thierry tiene 51 años. Es un obrero cualificado especialista en equipos de automoción que se ha quedado sin trabajo, por culpa de un ERE o algo peor. Ha hecho un curso del INEM (o su equivalente francés) para manejar grúas, a pesar de que en el propio INEM saben que nadie contrata gruístas. Tiene una hipoteca y unos ahorros a los que debe meter mano porque las entrevistas de trabajo ya no dan fruto. Va a hacer un curso para vigilante de supermercado, pero necesita dinero para que alguien se quede a cuidar a su hijo, que padece parálisis cerebral y que además está a punto de perder la oportunidad de comenzar una nueva vida en la universidad. Thierry intenta recuperar la vida con su esposa acudiendo a clases de baile. Al final Thierry encuentra trabajo. Pero lo que tiene que ver allí a diario –a causa de las leyes del mercado, las que impiden que muchos trabajadores cobren un sueldo digno para llegar a fin de mes– le obliga a replantearse hasta que punto puede ser cómplice de esas leyes».
Tranquilos: es ficción. Tan sólo es la sinopsis de La ley del mercado, una película dirigida y escrita por Stéphane Brizé e interpretada –de forma colosal– por Vincent Lindon. Es cine francés. De ese que seguramente pocos verán porque sólo se estrenará en grandes capitales, en círculos de versión original y porque seguramente no llegará a esas pequeñas ciudades, villas o pueblos donde mejor que nadie podrían comprender lo que Brizé cuenta en imágenes.
Probablemente no es la mejor película del director, al que recordamos moverse mejor en trabajos como Madmoiselle Chambon (también protagonizada por Lindon y Sandrine Kiberlain), pero sin duda la humildad y la sencillez de su puesta en escena y la distancia que se plantea frente a la historia lo convierten en un docudrama, como mínimo interesante.No apasionante, ni vibrante. Pero que sin embargo agradece la enorme interpretación de Vincent Lindon y su encomiable capacidad para dar vida a un hombre normal. Porque hay que ser un gran actor para conseguir que en pantalla sólo veamos a un trabajador sin trabajo, a un padre de familia acuciado por la crisis que lucha por mantener intactas sus convicciones.
Ya lo he dicho, La ley del mercado no es una película accesible, ni siquiera entretenida, y en ocasiones sus secuencias son redundantes y excesivamente largas. Pero si el actor que las sostiene te atrapa, puede ser suficiente.